Neuromante
Por William Gibson
Extracto capítulo 1
El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto.
– No es que esté desahogándome -Case oyó decir a alguien mientras a golpes de hombro se abría paso entre la multitud frente a la puerta del Chat-. Es como si mi cuerpo hubiese desarrollado toda esta deficiencia de drogas -era una voz del Ensanche y un chiste del Ensanche. El Chatsubo era un bar para expatriados profesionales; podías pasar allí una semana bebiendo y nunca oír dos palabras en japonés.
Ratz estaba sirviendo en el mostrador, sacudiendo monótonamente el brazo protésico mientras llenaba una bandeja de vasos de kirin de barril.
Vio a Case y sonrió; sus dientes, una combinación de acero europeo oriental y caries marrones. Case encontró un sitio en la barra, entre el improbable bronceado de una de las putas de Lonny Zone y el flamante uniforme naval de un africano alto cuyos pómulos estaban acanalados por precisos surcos de cicatrices tribales.
– Wage estuvo aquí temprano, con dos matones -dijo Ratz, empujando una cerveza por la barra con la mano buena-. ¿Negocios contigo tal vez, Case?
Case se encogió de hombros. La chica de la derecha soltó una risita
y lo tocó suavemente con el codo. La sonrisa del barman se ensanchó. La fealdad de Ratz era tema de leyenda. Era de una belleza asequible, la fealdad tenía algo de heráldico. El arcaico brazo chirrió cuando se extendió para alcanzar otra jarra. Era una prótesis militar rusa, un manipulador de fuerza retroalimentada con siete funciones, acoplado a una mugrienta pieza de plástico rosado.
– Eres demasiado el artiste, Herr Case. -Ratz gruñó; el sonido le sirvió de risa. Se rascó con la garra rosada el exceso de barriga enfundada en una camisa blanca. – Eres el artiste del negocio ligeramente gracioso.
– Claro -dijo Case, y tomó un sorbo de cerveza-. Alguien tiene que
ser gracioso aquí. Ten por seguro que ése no eres tú.
La risita de la puta subió una octava.
– Tampoco tú, hermana. Así que desaparece, ¿de acuerdo? Zone es
un íntimo amigo mío.
Ella miró a Case a los ojos y produjo un sonido de escupitajo lo más leve posible, moviendo apenas los labios. Pero se marchó.
– ¡Jesús! -dijo Case-. ¿Qué clase de antro tienes? Uno no puede tomarse un trago en paz.
– Mmm -dijo Ratz frotando la madera rayada con un trapo-. Zone ofrece un porcentaje. A ti te dejo trabajar aquí porque me entretienes.
Cuando Case levantó su cerveza, se hizo uno de esos extraños instantes de silencio, como si cien conversaciones inconexas hubiesen llegado simultáneamente a la misma pausa. La risa de la puta resonó entonces, con un cierto deje de histeria.
Ratz gruñó: -Ha pasado un ángel.
– Los chinos -vociferó un australiano borracho-; los chinos inventaron el empalme de nervios. Para una operación de nervios, nada como el continente. Te arreglan de verdad, compañero…
– Lo que faltaba -dijo Case a su vaso, sintiendo que toda la amargura le subía como una bilis-; eso sí que es una mierda.
Ya los japoneses habían olvidado más de neurocirugía de lo que los chinos habían sabido nunca. Las clínicas negras de Chiba eran lo más avanzado: cuerpos enteros reconstruidos mensualmente, y con todo, aún no lograban reparar el daño que le habían infligido en aquel hotel de Memphis.
Un año allí y aún soñaba con el ciberespacio, la esperanza desvaneciéndose cada noche. Toda la cocaína que tomaba, tanto buscarse la vida, tanta chapuza en Night City, y aún veía la matriz durante el sueño: brillantes reticulados de lógica desplegándose sobre aquel incoloro vacío…
Ahora el Ensanche era un largo y extraño camino a casa al otro lado del Pacífico, y él no era un operador, ni un vaquero del ciberespacio. Sólo un buscavidas más, tratando de arreglárselas. Pero los sueños acudieron en la noche japonesa como vudú en vivo, y lloraba por eso, lloraba en sueños, y despertaba solo en la oscuridad, aovillado en la cápsula de algún hotel de ataúdes, con las manos clavadas en el colchón de gomaespuma, tratando de alcanzar la consola que no estaba allí.
– Anoche vi a tu chica -dijo Ratz, pasando a Case un segundo kirin.
– No tengo -dijo Case, y bebió.
– La señorita Linda Lee.
Case sacudió la cabeza.
– ¿No tienes chica? ¿Nada? ¿Sólo negocios, amigo artista? – Los ojos pequeños y marrones del barman anidaban profundamente en una piel arrugada- Creo que me gustabas más con ella. Te reías más. Ahora, una de estas noches, tal vez te pongas demasiado artístico; terminarás en los tanques de la clínica; piezas de recambio.
– Me estás rompiendo el corazón, Ratz. -Case terminó su cerveza,
pagó y se fue, hombros altos, estrechos y encogidos bajo la cazadora de nailon caqui manchada de lluvia. Abriéndose paso entre la multitud de Ninsei, podía oler su propio sudor rancio.
Case tenía veinticuatro años. A los veintidós, había sido vaquero, un
cuatrero, uno de los mejores del Ensanche. Había sido entrenado por los mejores, por McCoy Pauley y Bobby Quine, leyendas en el negocio. Operaba en un estado adrenalínico alto y casi permanente, un derivado de juventud y destreza, conectado a una consola de ciberespacio hecha por encargo que proyectaba su incorpórea conciencia en la alucinación consensual que era la matriz. Ladrón, trabajaba para otros: ladrones más adinerados, patrones que proveían el exótico software requerido para atravesar los muros brillantes de los sistemas empresariales, abriendo ventanas hacia los ricos campos de la información.
Cometió el clásico error, el que se había jurado no cometer nunca.
Robó a sus jefes. Guardó algo para él y trató de escabullirlo por intermedio de un traficante en Ámsterdam. Aún no sabía con certeza cómo fue descubierto, aunque ahora no importaba. Esperaba que lo mataran entonces, pero ellos sólo sonrieron. Por supuesto que era bienvenido, le dijeron, bienvenido al dinero. E iba a necesitarlo. Porque -aún sonriendo ellos se iban a encargar de que nunca más volviese a trabajar.
Le dañaron el sistema nervioso con una micotoxina rusa de los tiempos de la guerra.
Atado a una cama en un hotel de Memphis, el talento se le extinguió
Micrón a micrón y alucinó durante treinta horas.
El daño fue mínimo, sutil, y totalmente efectivo.
Para Case, que vivía para la inmaterial exultación del ciberespacio, fue la Caída. En los bares que frecuentaba como vaquero estrella, la actitud distinguida implicaba un cierto y desafectado desdén por el cuerpo. El cuerpo era carne. Case cayó en la prisión de su propia carne.
Extracto capítulo 2
Tras un año en los ataúdes, la habitación de la vigésimo quinta planta del Chiba Hilton parecía enorme. Era de diez metros por ocho; la mitad de una suite. Una cafetera Braun blanca despedía vapor en una mesa baja, junto a los paneles de vidrio corredizos que se abrían a un angosto balcón.
– Sírvete un café. Parece que lo necesitas. -Ella se quitó la chaqueta
negra; la pistola le colgaba bajo el brazo en una funda de nailon negro. Llevaba un suéter gris sin mangas con cremalleras de metal sobre cada hombro.
Antibalas, advirtió Case, vertiendo café en una jarra roja y brillante.
Sentía como si tuviera las piernas y brazos hechos de madera.
– Case. – Alzó los ojos y vio al hombre por primera vez. Me llamo Armitage.
– La bata oscura estaba abierta hasta la cintura; el amplio pecho era lampiño y musculoso; el estómago, plano y duro. Los ojos azules eran tan claros que hicieron que Case pensara en lejía.- Ha salido el Sol, Case. Éste es tu día de suerte, chico.
– Case echó el brazo a un lado, y el hombre esquivó con facilidad el café hirviente. Una mancha marrón resbaló por la imitación de papel de arroz que cubría la pared. Vio el aro angular de oro que le atravesaba el lóbulo izquierdo. Fuerzas Especiales. El hombre sonrió.
– Toma tu café, Case -dijo Molly-. Estás bien, pero no irás a ningún lado hasta que Armitage diga lo que ha venido a decirte. -Se sentó con las piernas cruzadas en un cojín de seda, y comenzó a desmontar la pistola sin molestarse en mirarla. Dos espejos gemelos rastrearon los movimientos de Case, que volvía a la mesa a llenar su taza.
– Eres demasiado joven para recordar la guerra, ¿no es cierto,
Case? –
Armitage se pasó una mano grande por el corto pelo castaño. Un pesado brazalete de oro le brillaba en la muñeca.- Leningrado, Kiev, Siberia. Te inventamos en Siberia, Case.
– ¿Y eso que quiere decir?
– Puño Estridente. Ya has oído el nombre.
– Una especie de operación, ¿verdad? Para tratar de romper el nexo
ruso con los programas virales. Sí, oí hablar de eso. Y nadie escapó.
Sintió una tensión abrupta. Armitage caminó hacia la ventana y
contempló la bahía de Tokio. -No es verdad. Una unidad consiguió volver a Helsinki, Case.
Case se encogió de hombros y sorbió café.
– Eres un vaquero de consola. Los prototipos de los programas que
usas para entrar en bancos industriales fueron desarrollados para Puño Estridente. Para asaltar el nexo informático de Kirensk. El módulo básico era un microligero Alas Nocturnas, un piloto, un panel matriz, un operador.
Estábamos programando un virus llamado Topo. La serie Topo fue
la primera generación de verdaderos programas de intrusión.
– Rompehielos – dijo Case, por encima del borde de la jarra roja.
– Hielo, de ICE, Intrusion Countermeasures Electronics; electrónica de las contramedidas de intrusión.
– El problema es, señor, que ya no soy operador, así que lo mejor
será que me vaya…
– Yo estaba allí, Case; yo estaba allí cuando ellos inventaron tu especie.
– No tienes nada que ver conmigo ni con mi especie, colega.
Eres lo bastante rico para contratar a una mujer-navaja que me remolque hasta aquí; eso es todo. Nunca volveré a teclear una consola, ni para ti ni para nadie. -Se acercó a la ventana y miró hacia abajo.- Ahí es donde vivo ahora.
– Nuestro perfil dice que estás tratando de engañar a los de la calle
hasta que te maten cuando estés desprevenido.
– ¿Perfil?
– Hemos construido un modelo detallado. Compramos un paquete
de datos para cada uno de tus alias y los pusimos a prueba con programas militares.
Eres un suicida, Case. El modelo te da a lo sumo un mes. Y nuestra proyección médica dice que necesitarás un nuevo páncreas dentro de un año.
– “Nuestra”. – Se encontró con los desteñidos ojos azules.- “Nuestra”,
¿de quiénes?
– ¿Qué dirías si te aseguro que podemos corregir tu desperfecto
neuronal, Case? -Armitage miró súbitamente a Case como si estuviese esculpido en un bloque de metal; inerte, enormemente pesado. Una estatua. Case sabía ahora que estaba soñando y que no tardaría en despertar. Armitage no habló de nuevo. Los sueños de Case terminaban siempre en esos cuadros estáticos, y ahora, aquél había terminado.
– ¿Qué dirías, Case?
Case miró hacia la bahía y se estremeció. – Diría que estás lleno de mierda.
Armitage asintió.
– Luego te preguntaría cuáles son tus condiciones.
– No muy distintas de las que tienes por costumbre, Case.
– Déjalo dormir un poco, Armitage – dijo Molly desde su cojín; las piezas de la pistola estaban dispersas sobre la seda como un costoso rompecabezas-.
Se está cayendo a pedazos.
– Las condiciones -dijo Case-, y ahora. Ahora mismo.
Seguía temblando. No podía dejar de temblar.
La clínica no tenía nombre; estaba costosamente equipada; era una sucesión de pabellones elegantes separados por pequeños jardines formales. Recordaba el lugar por la ronda que había hecho el primer mes en Chiba.
– Asustado, Case. Estás realmente asustado.
febrero 16, 2009
Categorías: Cyber . . Autor: grupomerta . Comments: 2 comentarios